domingo, septiembre 04, 2011

El mercado.

No me ocurre siempre pero a veces encuentro la llave que despierta a mis sentidos del letargo cotidiano. Hoy fuí al mercado, el frutero me mimó vendiendome buena fruta que puso en bolsas de papel y me hizo sonreír cuando me explicó en que día de la semana debía comer cada pieza. Me deseo un buen día a lo que correspondí con mis mejores deseos para el fin de semana. Todo era como una película de Jeunet donde los colores sobresalen sin querer, vi a Amelie en el café de la esquina y pensé que era un figurante en su película. Lástima no haberme puesto la blusa de flores. Entré en la tienda de periódicos por el mero placer de ojear sus revistas. Los techos altos, la puerta de madera y las baldosas blancas, me gustaron. Igual que el señor que compró el Corriere della Sera, Der Spiegel y El Mundo. Me quedé intrigada pensando si el caballero era real o era un figurante más. Por mi parte, me decidí por el New Yorker en honor a que ninguna de mis amigas ha tenido a bien mudarse a esa ciudad. Y saliendo de la tienda, empezó a llover pero el cielo no se volvió gris, quizás porque hoy mis ojos brillaban más.

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