El primero fue un abrazo inocente. El segundo fue un abrazo que había perdido la inocencia.Un abrazo que ojalá no hubiese sucedido.
Me imagino que fueron las gafas negras las que trajeron malos agüeros. No tenía cita. Siempre la misma frase, ¿ puedo hablar con usted?.En un hueco, pasa esta mujer que temblorosa se retira las gafas para ver sus ojos hinchados. Y una única frase antes de romperse otra vez. No hay nada que hacer. Nada que hacer. Si pudiese eliminar una frase del diccionario, eliminaría esta. La frustación, el sufrimiento, la impotencia que hay detrás de estas tres míseras palabras me quita el aliento. Y ella empieza a llorar. Llora con tanta fuerza que agarro su mano con firmeza. Trago saliva para mantener la mirada y nuevamente busco en mi corazón algo de esperanza. Esperanza cuando no la hay. Esperanza cuando todo sale al revés. Esperanza cuando ya hemos tirado la toalla. Y hago ese viaje. Ese maldito viaje en el que regreso a una cama de hospital. Ese viaje en el que ella es la paciente y yo estoy sentada en una silla de una habitación aséptica. Ese maldito viaje. Ese viaje. Ese viaje en el que mi familia perdió la inocencia. Ese viaje que termina donde no quieres. Y sé lo que es estar ahí, lo sé. Y mi corazón se rompe por esta mujer. Ella aún está temiendo lo que se avecina. Aún ve el miedo sin saber lo cruel que puede llegar a ser.Y rescato todas las palabras que aprendí en aquel viaje. Las rescato con ternura porque han cambiado mi vida. Aquel viaje cambió mi vida. Hay que vivir día a día, no vamos a correr, vamos a vivir día a día. No es el mañana, es el hoy. No crea las palabras vacías, no crea los pronósticos a pies juntillas. La última palabra no está en nuestras manos, no es nuestra. Cuánto más oscuro sea el camino, más Luz hallará, más Gracia, más Amor, más Paz....Y entonces ella agarra mis brazos para abrazarme así que me levanto y abrazo a esta mujer que llora en mis brazos. Y oro, oro para que encuentre las manos que vendaron mi corazón.
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