Me equivoqué, confundí a un paciente con otro y sin reparar en el error le pregunté por su esposa. Lleva cinco años enterrada. Ay, lo siento mucho, José. No se preocupe, era muy buena mujer, no hay día que no piense en ella. Todos los días me acuerdo de ella y de todo lo que hicimos juntos, hicimos tantas cosas. Le miro atentamente y me pregunto cómo se puede respirar o vivir con esa pena en el corazón. Escucho su tierna historia mientras el hombre saca el pañuelo para limpiarse las lágrimas y me pregunto cómo puedo preocuparme por su tensión sin preocuparme por su alma.
2 comentarios:
De verdad que no sabe lo que disfruto su blog. Creo que nunca he sabido el nombre de mi médico (porque desde hace diez años, o por ahí, que no necesito ir) pero hoy he buscado mi tarjeta de la SS en la cartera, por si acaso, y no, no se llama Sara.
Lástima, porque estaba por inventarme alguna enfermedad. Je.
Gracias,
A. Nónimo
Me alegra que tenga médico propio porque créame que mi vida itinerante hace que dude de mi identidad un par de veces por semana....sobre lo de inventarse enfermedades, no se lo recomiendo porque corre el riesgo de que alguien le crea y acabe recibiendo un montón de pruebas nocivas para su salud...
Gracias por sus palabras y por sus lecturas.Un abrazo.
Publicar un comentario