jueves, febrero 17, 2011

Miedo.

Son unos resultados perfectos. Todo está bien. Da miedo pronunciar dichas palabras. Da miedo hablar sobre el bien cuando has pasado meses en una cama sin poder ser tú, cuando has recibido un montón de cosas que aunque sanándote,te han reducido a despojos. Y siempre queda esa duda, la duda de saber si volverá. ¿ Volverá la enfermedad?. Y ahí están las dos caras de la misma moneda. La ciencia que afirma que volverá, va a volver, lo sabemos. Y la cara de alguien que ha sufrido, que sufre y que desconoce que va a ocurrir. Y no sabes bien qué decir. No sabes si dejar que sea tu mente la que hable o si dejas que sea tu corazón el que guíe las palabras. Y empiezas a hablar del miedo, del miedo que le seguirá toda su vida, el miedo a que todo se repita pero lo mezclas con paz. La paz de saber que hasta aquí hemos llegado. No sabemos más. No hay un mapa. No hay un único camino y por tanto no deberíamos anclarnos en el miedo. El miedo no produce nada memorable. El miedo nos reduce a un espectro de lo que somos o lo que debemos ser. Y por tanto, pase lo que pase, sé que el miedo no es el camino. No podemos vivir con miedo. Eso es lo que si sé, los libros de medicina no hablan de ello. No explican cómo mirar a los ojos sin que te tiemble la voz. No explican porqué el mal existe. No quitan el miedo, lo disfrazan de ansiedad reactiva, problemas psicosociales y demás parafernalia pero no lo humanizan. No hablan del miedo porque somos cobardes, no podemos dejar el disfraz de ciencia y reconocer que no tenemos cura para el miedo. La cura no pasa por nosotros, pasa por ver más allá para recibir esperanza y paz aún contra toda razón. Pasa por plantarle cara y decidir no vivir con él, decidir agarrarnos a lo eterno y vivir desde la eternidad.

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