Era media tarde en el Retiro. El suelo estaba blando por la lluvia caída en los últimos días. No había mucha gente paseando. Los habituales puestos se reducían a un pintor callejero en todo el paseo frente al lago. La policía hacía su ruta habitual a caballo y los viandantes parecían ensimismados en una tarde de invierno.
Los vi a lo lejos pero no quise creer que era cierto. Una pareja caminaba del brazo, uno junto al otro, ambos tenían una estatura superior a la media y ambos llevaban un bastón blanco para personas con baja agudeza visual. Ahora no se habla de ciegos, se habla de personas con baja agudeza visual. Tenían unos cuarenta años y tez blanca. Ella tenía canas y él tenía una barba espesa que resaltaba en su rostro. Caminaban a paso firme haciendo sonar sus pisadas sobre la arena mientras movían sus bastones a la par. El sol les daba de frente pero su único gesto era de serenidad mientras no emitían ni una sola sílaba. Y sin poder evitarlo, les mire.
Les mire con el descaro que sólo la ceguera te puede permitir, parecían tan en paz con la vida que pensé en cerrar los ojos y escuchar...escuchar la arena, el ruido de los patos, las conversaciones pasajeras...Y pensé en lo sensorial que era la vida aunque no lo percibiese...el calor del sol, el olor a tierra mojada, el pelo sobre la cara y el tacto de un bastón...y me sorprendí, me sorprendí de mi baja agudeza sensorial...
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