viernes, febrero 13, 2009

Metro.

No creo que tuviese más de 15 años. Los ojos más maquillados que lo que resulta razonable. Unos ojos castaños. Sentada en el andén opuesto del metro con aspecto de fragilidad. Y aunque no emitía ningún sonido las lágrimas caían sobre sus mejillas como el testigo de lo que nunca debería haber ocurrido. Era demasiado temprano para que los viajeros se molestasen en mirarla. Irradiaba tanta tristeza que fui incapaz de mirarla sin sentir que somos vulnerables. Vulnerables al carnaval exterior. Y mientras el metro entraba en la estación, el pelo nos voló a ambas un poco y oré, oré para que sus lágrimas sean dignas de ser derramadas…

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Una pequeña carrera para entrar en el vagón. Un hombre de unos setenta y tantos años entra detrás mía cuando tropieza y cae al suelo. Los viajeros en un acto de ayuda mutua, se acercan a ayudarle, le ceden su asiento y le preguntan cómo está. El hombre responde “Bien, bien” mientras se toca la cabeza con unas pequeñas palmaditas. Los viajeros comienzan a comentar su opinión sobre las caídas…”Debe ir al médico, nunca se sabe”…(¿ nunca se sabe?)….”Va uno tan tranquilo y en un tropezón tonto, se rompe una cadera”…El hombre me mira con mi libro de poemas de Hernández…Le miro con una mirada cómplice…Los comentarios continúan aunque el hombre no los solicita….Leo unos versos mientras le veo para asegurarme que sigue bien…Llegando a Diego de León, se levanta y en voz alta da las gracias a los viajeros por ayudarle….Me mira y sin saber porqué le respondo…” No coja miedo a caerse, está usted ágil y no debe perder ese don, por favor, continúe viajando en metro”…Me sonríe con sorpresa mientras asiente y dice un cálido “Hasta pronto”…Hasta pronto, hasta pronto….

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