Rondaría los 70, era bajita, pelo rubio y ojos azules. Siempre iba excesivamente maquillada con un moño medio deshecho que tanto provocaba admiración como rechazo.
Siempre estaba en el mismo lugar, segundo piso de la estación de metro junto a la salida hacia Madrid norte. Estaba allí con un radio casette viejo que hacía sonar los bajos demasiados bajos y los agudos demasiado chirriantes. Solía poner una especie de pañoleta en el suelo para acompañarla en cada actuación, cogía el micrófono como si fuese una diva de la canción...quien sabe a lo mejor alguno de sus singles sonó años atrás....y cantaba.
Ella cantaba, tenía una voz rota por el tabaco, profunda e intensa. Cantaba siempre en francés con tal melancolía que convertía la estación en un pequeño café de las afueras de París. Parecía estar allí como un pequeño ritual, un homenaje a los anónimos que la rodeaban a diario...Vista fríamente parecía el retrato de una perdedora a la que la vida no le cedió una caprichosa oportunidad...pero al verla agarrar el micro parecía tan rabiosamente auténtica que hasta parecía ser la protagonista del teatro real...y sin saber porqué me acerqué, dejé una moneda en su pañoleta...y pensé en que aquella fue la moneda mejor empleada de todo el día...
2 comentarios:
jooo........me ha gustado mucho lo q has escrito...Recuerdo a una mujer en Atenas cantar con toda su alma agarrada a una farola las canciones típicas que un grupo de camararos cantaban a los turistas...y note que la vida se le iba en ello...y la profundidad de su voz desgarrada transformó la velada curiosa en arte.
Caperuchiña sin contraseña
Gracias por llenar de luz y de lunares verdes un fin de semana tan gris, gracias por la música, gracias por if God gave the power to sense beauty....Gracias por hacer mi vida un poco más feliz. Bicos.
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