- Me habéis traído engañada, ¿tú crees que se puede traer una madre aquí sin avisar?. Si querías que viniese al hospital me lo hubieses dicho pero no de estos modos. Yo estoy bien, me tomo mis pastillas y duermo.
- No estás bien, mamá, no duermes y necesitas un poco de ayuda.
- Y ahora me van a encerrar detrás de esa puerta de hierro. Una puerta de hierro. Sois todos unos desgraciados, unos indeseables, no me volváis a mirar a la cara. No os quiero volver a ver. Ojalá os lo hicieran a vosotros,ojalá os pasara a vosotros.
El hijo acompañaba a su madre cabizbajo sin saber qué hacer. Ella seguía bociferando y maldiciendo a todos los que íbamos a su lado. Sombrío día.
Por muy enferma que esté su madre, hay palabras que, solo el pronunciarlas, ponen la piel de gallina. Palabras que se quedan ahí, no importa cuándo ni cómo fueron pronunciadas, siguen ahí. A veces la vida es tan real, tan desgraciadamente real, que cuesta separar el envoltorio para perdonar y recordar a la persona amada.
Palabras, grises palabras.
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